La existencia humana tiene asociado el sentimiento de culpa derivado de los errores cometidos, que a su vez son inherentes a cualquier persona. Aprender de errores propios destaca como un gran valor, siendo un proceso que implica asumir posibles consecuencias, a priori negativas, que pueden generar el sufrimiento. Esta visión imaginaria de experimentar el dolor hace que no sea fácil reconocer limitaciones personales y asumir esa responsabilidad moral. El impulso natural es evitar las repercusiones potencialmente perjudiciales, aunque este resultado no sea contrastado con la realidad. La culpa es una emoción con fuertes connotaciones negativas mientras que su naturaleza fundamenta el crecimiento personal relacionado con la disposición a equivocarse y atreverse a tomar decisiones sabiendo asumir sus consecuencias, frecuentemente mal interpretadas por el cerebro como nocivas. Al mismo tiempo es sumamente compleja y requiere formación desde las etapas más tempranas del desarrollo, apoyada en la observación, experiencias acumuladas y aprendizajes adquiridos a lo largo de todo el ciclo vital. Los desajustes en este aspecto resultan en la creación de un contraste dicotómico entre personas con un sentimiento persistente de culpa que en gran medida no les corresponde, y quienes eximen de toda responsabilidad personal, atribuyéndola íntegramente a los demás. Sentir el peso constante de esta emoción tan potente es agotador, pero inhibirla también tiene sus graves consecuencias. Ambos procesos implican sufrimiento derivado de los desequilibrios a nivel cognitivo, en la estructura de la mente humana que grava cuidadosamente los patrones conductuales.
En los estadios muy tempranos de la infancia, los seres humanos empiezan a notar que sus actos provocan diversas respuestas del entorno. Observan atentamente cada reacción de sus protectores y actúan amoldando su postura acorde. Tan pronto se dan cuenta de que algunas conductas conllevan consecuencias negativas, como el enfado de las figuras de mayor apego, van a buscar maneras de evitarlo a toda costa. Para una mente inmadura y vulnerable, esta situación dependiendo de la magnitud puede significar una falta de amor y seguridad, una amenaza a su existencia. En un inicio, aparecen pequeñas mentiras inocentes y, cuando existe la posibilidad de desviar la culpa hacia otro, esta maniobra en la infancia surge con una increíble facilidad. A lo largo del crecimiento se van perfeccionando las estrategias de aprendizaje y defensa adaptados a las circunstancias del ambiente, incluso se generan situaciones explícitas para analizar con detalle las posibles reacciones emocionales. Se desarrollan técnicas de manipulación asombrosamente finas que permiten ejercer el control sobre quienes no posean el manejo emocional adecuado. A medida que el ciclo vital avanza, las circunstancias ingenuas cambian y se convierten en un verdadero obstáculo en las relaciones humanas, extendidas desde el seno familiar a todos los ámbitos sociales. El exigente rol parental conlleva un importante desafío de amoldar las respuestas primitivas y darles forma más adaptativa, promoviendo enseñanza de valores que favorecen el crecimiento saludable por encima del condicionamiento basado en el miedo. A su vez, los modelos parentales vienen impuestos, y no siempre se cuenta con determinación y apoyo necesarios para romper patrones existentes y generar nuevos aprendizajes. Transmitir conocimientos y/o habilidades que no se habían adquirido previamente de forma adecuada parece un objetivo desajustado. Saber gestionar las conductas humanas de forma equilibrada y razonada es una labor sumamente compleja, un dominio maestro de las cualidades cognitivas que utilizan sutilmente los sentidos para tomar decisiones más acertadas. Requiere adoptar una postura de un juez sabio, capaz de validar la realidad con precisión y promover la justicia usando el castigo como herramienta de última instancia, no de primera elección. Manejar adecuadamente la culpabilidad, antes de juzgar y lanzar el veredicto, es extremar las habilidades comunicativas con el fin de darle más valor a la veracidad, a reconocer errores y asumir responsabilidades de actos propios. En realidad, sin tratar de asignar culpables, sino de fomentar el desarrollo de habilidades de respuesta frente a la imperfección y el error que suelen ser fuentes de la frustración. Son cualidades muy apreciadas, resultado de un esfuerzo cognitivo pertinente, que marcan una gran diferencia en las relaciones interpersonales y ven su reflejo positivo o negativo en la educación infantil y en la posterior adolescencia cuando las personas se despegan de su nido para validar el aprendizaje adquirido en diferentes entornos 1. A falta de herramientas adecuadas, una preciosa etapa de la juventud que supone un gran desafío en la formación de la identidad, se vuelve más complicada todavía, acompañada de sentimientos de culpa excesiva, derivada de no poder satisfacer las expectativas de los demás, o bien privada de esta emoción y forzada a buscarla en otros. Este vacío provoca importantes alteraciones del ego y distorsiones de la personalidad, fácilmente percibidas en las figuras humanas aparentemente impecables, atrapadas detrás de unas imágenes retocadas, en las que agreden y/o provocan sutilmente para luego disfrazarse de víctimas, en las que usan manipulación como recurso básico, un fenómeno cada vez más extendido en la sociedad. El conjunto que comparte un destino narcisista, lleno de angustia y sufrimiento, idealizado e incapaz de lograr la satisfacción personal 2.
En la vida adulta, cuando una persona teóricamente se hace responsable de sus conductas, la noción de culpa se relaciona con el término puramente jurídico asociado al castigo, como efecto de un acto punitivo que una persona comete en perjuicio de otra. Este tipo de juicios no sería preciso en las relaciones interpersonales sanas, donde cada persona asume sus responsabilidades de manera razonable y equilibrada. Por lo contrario, surgen acusaciones constantes sin sentido intensificadas por el miedo, donde compensa más optar por una posición victimista para conseguir aliados, y no tener que afrontar posibles repercusiones. Esa casuística contribuye a una sensación generalizada de injusticia, aumenta la desconfianza y el malestar común. Se produce una notable distorsión de la realidad donde las mentiras tienen atribuido un valor superior. En una sociedad desequilibrada, donde las imágenes estereotipadas y alteradas priman sobre la autenticidad y la línea de la justicia se ve peligrosamente fina, resulta ilusoriamente más seguro adoptar una postura victimista, aunque implique caer en el engaño. El autor del libro “El hombre que tenía miedo a vivir” define el victimismo, con una contundente y acertada nomenclatura de la lacra del siglo XXI 3.Un sentido de responsabilidad no adquirido o perdido, que se traduce a un estado de ansiedad generalizada, siendo el resultado de las decisiones erróneas, no razonadas sino guiadas por las emociones alteradas. En una realidad tan enrevesada, hay quienes sufren verdaderamente en su piel las crueles agresiones físicas y/o psicológicas en diferentes áreas de vida, ya sean relaciones familiares más cercanas, de pareja, mobbing en el trabajo, boollying en las escuelas u otros tipos de acoso donde una víctima auténtica, además de tratar sus heridas, se enfrenta a potentes dosis de culpa. Quizás sea una de las situaciones donde esta emoción descontrolada llega a su cima, potenciada por el verdadero responsable y la propia sociedad que suma al aumento de este sentimiento al respaldar implícitamente la agresión y acusar la persona afectada. Nuevamente, tratando de ocultar una responsabilidad colectiva implícita. El debido escudo protector está ausente, repartido entre todos de manera indiscriminada y quien realmente anhela apoyo social se hace invisible en el medio de la multitud. Asimismo, existen injusticias mayores, escalofriantes donde la sociedad despojada de emociones juzga cruelmente a las víctimas, las acusa y condena sin piedad.
¿Por qué creemos y perseguimos la perfección sabiendo que no existe? ¿Por qué cuesta aprender de los errores, sabiendo que es una fuente de desarrollo personal? El narcisismo nace en las fases tempranas de vida y su desarrollo saludable depende principalmente del entorno más cercano. Es un aprendizaje imprescindible que idealmente se va formando desde la infancia, pero esta, aunque especialmente relevante, representa un porcentaje relativamente bajo respecto a todo el ciclo vital. Los orígenes dejan sus huellas bien grabadas en el cerebro, y en el transcurso de vida conviene entender este fenómeno más que usarlo como excusa. La madurez va adjunta al concepto de la responsabilidad que no se asimila juzgando y/o acusando a los demás. En efecto, es una actitud causante de mucho sufrimiento propio y ajeno que conduce al aislamiento, un intenso malestar emocional e importantes daños psicológicos. El hecho de no saber gestionar la emoción de culpa que parte de aceptar la imperfección humana y aprender a responder adecuadamente frente al fracaso, tiene efectos no deseados a nivel individual y colectivo, derivando en sentimientos cada vez más marcados de angustia. Estos rasgos son fácilmente detectables en la sociedad actual, inundada de imágenes falsificadas que lejos de reflejar una realidad la esconden. Ilusiones tentadoras de una vida fácil sin responsabilidades, que prometen la libertad y devuelven la soledad. El sentimiento crónico de autoculpa por no poder alcanzar expectativas impuestas y el afán patológico de culpabilizar a los demás. Todo ello reflejado en el auge de la salud mental. Aprender a regular una sobredosis de carga emocional supone un enorme desafío, al igual que tratar de desenterrar algo profundamente sepultado, aunque a priori ninguna condición parece irreversible.
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