En la línea de pensamiento de los antiguos filósofos, quienes fueron pioneros en la ciencia médica que trataban enfermedades físicas y mentales de la época, el equilibrio se entiende como el sinónimo de salud. Los mismos sostenían que el bienestar humano dependía de la armonía entre el cuerpo, la mente y el entorno, y cualquier alteración en ese delicado balance se consideraba posible causa de enfermedad 1. En la actualidad se utiliza el término homeostasis para referirse a un sistema de autorregulación interna que mantiene la estabilidad de los parámetros fisiológicos para asegurar las condiciones óptimas y la supervivencia del organismo. Este proceso de regulación es constante y cada vez que los compuestos químicos del cuerpo se alteran más radicalmente, sea con dietas demasiado estrictas, esfuerzo físico desmesurado o desequilibrios mentales, el sistema está forzado a compensarlo con otro extremo opuesto para neutralizar la pérdida del balance, siendo un desgaste considerable. Si estas circunstancias adversas o prácticas nocivas se dan de manera sistemática y prolongada, llegará al límite resultando en patologías de mayor calibre, un deterioro más pronunciado o incluso terminal 2. Lo curioso de este mecanismo homeostático es que para obtener la estabilidad entre los brazos de la balanza se requiere una compensación adecuada de dos masas distintas a modo que las fuerzas se anulen y contrarresten el peso. El concepto de la dicotomía parece encajar a la perfección en este proceso, ya que implica la existencia de dos nociones antagónicas, polos opuestos que por las leyes químicas se atraen para compensarse. Esta composición no necesariamente implica la igualdad total entre elementos, pero requiere una coexistencia armoniosa, en la que existe una relación estable y donde ninguna de las partes predomina, ni destruye la otra.
La estructura dicotómica está integrada en la naturaleza de la Tierra, contemplada por corrientes de pensamiento tanto antiguas como modernas, en busca de una organización lógica y coherente del universo. Esta división facilita el pensamiento y la categorización, permite atribuciones rápidas sin mayores complicaciones, pero también tiene implícita la combinación de ambas para alcanzar el termino intermedio. Por tanto, el propósito de esa construcción dualista podría ser destructivo o constructivo, o bien estas fuerzas se distancian hacia llegar a sus extremos opuestos, o bien se compensan y conforman una síntesis perfecta. La alianza obliga a ambas partes a realizar un importante esfuerzo en mantener posturas altruistas a la vez que asertivas, que permitan encontrar el sentido común en esa configuración. Cuanto más peso hacia los extremos, la polarización se vuelve cada vez más marcada y la dificultad del desafío aumenta proporcionalmente. Esa casuística se intensifica en los momentos de descontrol generalizado cuando se hace más complejo encontrar el punto intermedio dentro del caos. Cuando la seguridad se ve comprometida aparece una necesidad natural de tomar decisión más radical, elegir un camino concreto a menudo compartido con masas, para atenuar el efecto del pánico. Se buscan y valoran soluciones firmes y voces tajantes con todo el sentido del mundo. Los extremos son más claros y definidos, y no implican tanto desgaste energético. No dudan ni obligan a reflexionar, dialogar, valorar opciones alternativas, escuchar, estar abierto a ceder, reconocer y asumir que quizás no se tiene razón en todo. Todos estos elementos en conjunto conforman un auténtico arte de comunicación que consume enormes cantidades de energía vital y a menudo es agotador. Para realizar semejante esfuerzo, hay que superar la tendencia natural del ser humano de evitar dolor, y se hace poco viable cuando la vida aprieta y las experiencias desfavorables prevalecen afectando a la claridad del pensamiento, un equilibrio mental que permite tomar decisiones acertadas. Cuando esta claridad no existe, el pensamiento dicotómico es simplemente más seguro, pero cuanto más polarizado significa que existe una amenaza real al equilibrio y consecuentemente a la salud y bienestar general.
La educación infantil tan relevante para nuestro futuro sufre un tipo de dicotomía que no consigue encontrar el punto intermedio entre un tipo de educación autoritario que primaba en las generaciones anteriores y permisivo que tolera todo sin ningún control y límites que son imprescindibles en aportar seguridad emocional. Antiguamente, tal como suena en las palabras de gente mayor, el educador tenía permiso consensuado y socialmente aceptado para aplicar castigos físicos e imponer su poder sobre los más vulnerables. Unas décadas más tarde, no hay lugar ni permiso para este tipo de conductas abusivas, siendo un avance positivo. Sin embargo, en el camino a mejorar el mundo educativo, se llega al otro extremo donde no existen reglas claras ni el debido respeto hacia una labor de tanto valor e impacto social, que participa activamente en proyecciones futuras más favorables. También es cierto que el respeto se construye, pero esto no ocurre sin que haya una sintonía con todas las partes implicadas y en la cadena educativa en primer lugar se posicionan los cuidadores del hogar, y en segundo las instituciones. Las pautas educativas necesitan claridad, y pretendiendo que se adopten principios de educación inclusiva y democrática sería conveniente actuar acorde con los mismos.
La psicología positiva tiene muy buena teoría de fondo sólo que a menudo se confunde y reduce al mero pensamiento positivo. Se generan voces que invitan a eliminar fuentes negativas de la vida, alejarse de personas más pesimistas con un lema motivador de construir un mundo mejor. Desde una perspectiva muy propia, la mente positiva no parece ser un factor de éxito si no se contrarresta con la realidad. Con sólo este tipo de actitud no se construye porque la mayor parte de estos pensamientos son imaginaciones idealizadas que se quedan en la fase de sueños. Resulta absolutamente necesario un cubo de agua fría que proporcionan mentes negativas, aunque sería más preciso decir realistas, porque tienen los pies bien anclados en la tierra, y lo único que les falta es un poco de fe optimista que vuela por encima. Si estas dos posturas se encuentran en el medio con respeto marcado hacia sus diferencias, y deciden compartir sus poderes, conforman un combo completo para construir un mundo inclusivo. Con la extroversión ocurre algo similar porque de alguna manera es una característica mejor valorada de cara a liderazgo. Implica actitudes más atrevidas, más lanzadas y abiertas a cambios, incluso más agresivas, lo cual se considera más atractivo y efectivo en la dinámica social actual. Sin embargo ¿Seguro que detrás de la extroversión hay un verdadero líder? La extroversión es un rasgo extraordinario, el cual en su versión pura a menudo se desborda con tanta energía vital, dejando poco margen para analizar con calma, reflexionar, considerar opiniones de los demás y/o actuar con precauciones pertinentes. Quienes contrarrestan esta locura maravillosamente bien son mentes pensantes, tranquilas, que observan desde su rincón pacientemente. La introversión también tiene sus poderes bien marcados, aunque igualmente necesita a su antagonista. Nuevamente, sería una pareja desafiante pero perfecta siempre y cuando encuentre un idioma común. En esta misma línea, las relaciones íntimas es una de las grandes dicotomías vitales, un verdadero arte de la existencia humana que combina con cierto propósito a dos polos opuestos. En su libro The Honeymoon Effect, el biólogo B. Lipton dedica un capítulo para describir esa combinación con una preciosa metáfora química. Compara las relaciones humanas con la unión de átomos que se atraen por sus composiciones opuestas, los cual les permite llegar al equilibrio de cargas que no podrían alcanzar por separado 3. Es una relación simbiótica que consiste en un vínculo especial que proporciona estabilidad a ambos, pero también implica cierto grado de dependencia subconsciente que enfrenta a dos fuerzas antagónicas de mayor poder; el amor y el miedo. Esto sucede tanto cuando las necesidades de cada átomo se satisfacen mutuamente como en casos de relación parasitaria, donde uno aumenta su capacidad de supervivencia a costa del otro. La segunda alternativa llevada a relaciones interpersonales resultará muy perjudicial para una de las partes, suponiendo un desgaste energético continuo hasta acabar despojado de sus fuerzas vitales con importantes secuelas.
Confiando en las ideas filosóficas más antiguas que ven su reflejo en la actualidad, la estructura dicotómica del mundo alcanza su máximo potencial en el punto de equilibrio entre ambos lados de la balanza y cuyo alcance sería equivalente al bienestar. No necesariamente se trata de mantener los niveles de estabilidad perfectos, que parece demasiado lineal o incluso poco probable, ya que ni el mejor acróbata permanece centrado en la balanza permanentemente. En tal caso, lo más seguro es que acabaría aislado y consumido por el hastío. Podría ser más bien una cuestión de no caer en la tentación de inclinarse demasiado hacia un lado, no perder frente y mantener el control ante circunstancias adversas, sabiendo que el equilibrio tiene su punto crítico. En la vida cotidiana existen muchos factores inesperados que impactan seriamente a la armonía interna del organismo, ya sea a nivel físico o mental. Las adversidades vitales obligan a enfrentar el sufrimiento, a menudo con una intensidad que lleva a ras del suelo, donde se alcanza la máxima vulnerabilidad. En esta frágil condición, el ser humano, por tendencia natural, buscará desesperadamente compensar el dolor, asumiendo el riesgo de quedar atrapado en los extremos. Alguno puede incluso resultar atractivo, proporcionando una sensación única, pero es una travesía muy breve, con coste muy elevado y a veces sin billete de vuelta. Quienes afrontan desafíos mentales, incluidas las adicciones, conocen semejantes circunstancias muy de cerca, expuestos a tratamientos exigentes para atenuar sus efectos adversos. En la sociedad cuyo principal propósito es velar por el bienestar común, el fenómeno de la polarización sigue un esquema similar, con la peculiaridad de que sus consecuencias negativas se asumen en colectivo, impactando a todos por igual. Las bases democráticas permiten tomar decisiones con plena libertad, siempre cuando no pongan en compromiso a los demás, y en este sentido, las actitudes extremistas no suelen ser las más favorables. Las restricciones de tráfico no tendrían que ser tan estrictas si los usuarios no excedieran la velocidad arriesgando la vida de los demás, y es un ejemplo ligero de posibles repercusiones. Si observamos el mundo donde se han ganado mayor influencia, cuesta apreciar algún nivel de bienestar generalizado.
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